Hoy os comparto un artículo de nuestro amigo y Maestro de Reiki, Marc Carmona.
LA EVOLUCIÓN COMO DESAPEGO
“La realidad de nuestra vida es, por defecto histórico, interpretada como un poco al revés, y no es casualidad, forma parte de nuestro momento evolutivo”.
Esta reflexión es sostenida en el origen mismo del cómo miramos y qué sitúa todos nuestros esfuerzos en el marco de un movimiento aparentemente repetitivo, que sin duda es fruto del abandono de lo esencial en nosotros. La vida, más allá de ser vista como un hecho circunstancial y elocuente, se traduce a diario como un fenómeno objetivo al que añadimos todo tipo de explicaciones, a fin de conocernos y justificarnos para ocultar nuestras debilidades.
Esta naturaleza humana se manifiesta especialmente en la expresión de nuestra inseguridad cotidiana, que como eje fundamental del conocimiento, y como si de una condición de nuestra existencia se tratase, busca cobijo en la realidad con el fin de identificarnos con la vida. Este proceso, aunque en el fondo de nuestro ser sepamos que nada permanece, tiene como elemento fundamental la forma en cómo se manifiestan nuestros apegos, pues a pesar de que son un fenómeno engañoso y delimitante para el alma, responden a la madurez de nuestra conducta hacia la autoconsciencia.
Es llamativo que una pregunta tan personal como “a qué se está apegado” sea tan difícil de responder por uno mismo, sobre todo porque por lo general no somos conscientes de los enquistamientos que poseemos. Fijémonos que el estado emocional que manifestamos hacia las cosas que se proyectan en nosotros con cierto grado de plenitud y satisfacción, como por ejemplo una relación con alguien, nuestro desarrollo personal, las amistades y compañeros que tenemos, es decir, todas las cosas que giran en torno a nosotros, tienen lugar en un espacio de calma y aparente imperturbabilidad en nuestro interior, como si lo que viviésemos y sentimos fuera objetivamente inalterable, o dicho de otro modo “normal”.
Por el contrario, si nuestras emociones se ven perturbadas por cualquier hecho que tiene como consecuencia la pérdida o la falta de algo, no solemos observar ese hecho por lo general como un suceso puntual y objetivo, ajeno a nuestra integridad, sino que lo vivimos en nuestro interior con toda una suerte de fantasías y preocupaciones, como si de nosotros mismos se tratara.
El apego, tal y como se vive en general, es entendido como enganche, es decir, como un falso grado de seguridad sobre nosotros que se muestra con muchas caras. No cabe duda que los grandes problemas que padecemos, particulares y sociales, tienen que ver con esta cuestión, sino fijémonos en las razones culturales que seguimos heredando y que sin vacilar aceptamos de manera ya inconsciente como si fueran “normales”.
Por ejemplo, si observamos la asociación cultural que se establece entre la edad y el tiempo, donde envejecer tiene como condición sine qua non una vida cada vez más estable, más rica y más feliz, lo que alimentamos es un conjunto de alegorías sobre un modelo de pensamiento social, propio de nuestra época industrial, que nos lleva en muchos casos a pensar la vida a través de caminos mentales toscos e inútiles, provocando frustración.
En consecuencia, este efecto se traduce traumáticamente en malos entendidos sobre nuestros sentimientos, nuestras relaciones y en definitiva de nuestra vida y convivencia. Entiéndase que bajo cualquier circunstancia el apego responde más a una emoción de alerta que no a una perdida, pues ésta es sólo una impresión de algo que se está separando materialmente de nosotros, aunque su representación sea lógicamente emocional. Dicho de otro modo, es la aparición de un sentimiento que nos ofrece la posibilidad de algo nuevo. Si vemos el apego desde esta perspectiva, éste es en el fondo, a diferencia de la aceptación general, una gran herramienta de construcción material, mental y espiritual, es decir, de evolución personal.
Si observamos nuestra propia evolución, ésta empieza y acaba en una relación con las cosas y las personas que encontramos a diario. Todo lo que ha sido incorporado en nosotros es por tanto la experiencia de aquello que desconocemos, o en otras palabras, de aquello que carecemos o que aún no hemos aprendido. De este modo, lo que creemos que es natural en nosotros (ideas, hábitos, cultura, gustos, etc.) es necesariamente circunstancial, finito y por lo tanto corruptible en el tiempo. No importa cuánto tiempo permanezcan a nuestro lado las personas y las cosas, se trata de una relación que sólo tiene sentido en un espacio de intercambio mutuo, que se establece durante un periodo de tiempo con el fin de obtener consciente o inconscientemente un crecimiento personal, a partir de la convivencia y para nuestra vida.
Tradiciones como el budismo lo dejan muy claro, sólo en el camino hacia el vacío nos podemos encontrar. Todos y todas hemos aceptado que la pérdida de un ser querido duela, o que una circunstancia radical pueda cambiarnos la vida hasta el punto de dejar de vivirla tal y como lo hacíamos, que la perdida material de lo que nos acompaña pueda entristecernos e incluso que nos podamos desanimar si acaso dejamos de ver a personas queridas, y esto es lógico, somos seres sentimentales y el dolor forma parte de la vida.
Lo que resulta contraproducente para nuestra integridad es que bajo una circunstancia de desapego olvidemos nuestro ser y dejemos de observar nuestros logros, aquello que nos ha sido dado hasta ahora, que seguimos existiendo. En otras palabras, cualquier trance por grave que sea, al menos así lo dicta el universo, es necesario para nuestra evolución personal a fin de tomar consciencia de nuestra persona, lo único que realmente poseemos y permanece en nosotros!
Es en el momento en el que aparece ese sentimiento de desgarro, de abandono, donde la experiencia de aceptar lo que nos ha sido dado transforma el tiempo en un espacio traumático. Un proceso de nuestro crecimiento particular que muestra siempre, en el momento adecuado, nuestros límites. Así, llegado el momento de experimentar algún desapego, entiéndase éste como el sentimiento que nos permite conocer la expresión de nuevos estadios de nuestra consciencia sobre la vida a través de la pérdida. Lo que nos sitúa en un lugar donde el sentido y la oportunidad tienen su razón de ser, algo que desde el aferramiento material o emocional no sucede, más enquista.
Un desapego bien entendido no es más que una oportunidad para la madurez, un momento de cambio, y con ello el abandono de una parte de nuestro ser que deja espacio a otra cosa. Un hecho que es acompañado, como bien sabemos, de un sentimiento muy revelador, el sufrimiento, el cual dispone de la virtud de proporcionar al alma un grado de enseñanza equivalente a la pérdida que lo precede. Considerando que la consciencia del sufrimiento va ligada al valor personal que le damos a uno u otro apego, tiene sentido pensar que un desamor, por ejemplo, pueda lastimar sin escrúpulos sino se mira como una gran oportunidad.
La vida pues es una pérdida constante de cosas que tiene como fin el desapego absoluto, la Muerte. Con gran compasión algunos miramos a aquellos que asustados creen que perder es perder, de ahí la metáfora de la mirada expresada al comienzo. Nuestra escuela, la Vida, es un lugar donde sufrir momentáneamente es tomar con gran consideración el regalo que se nos da para seguir adelante, aunque eso sí sólo desde el reconocimiento de nuestros propios límites. Esto nos permite tomar consciencia del valor de pasar por esa experiencia, ya que el objetivo del desapego es obtener nuevas herramientas y atributos para nuestra Alma. De ahí que el apego sea un sentimiento que no pasa desapercibido nada y nos obliga a mirarnos frente a frente a solas, con necesaria devoción y respeto, ya que de otro modo no observaremos los propios límites que representa.
Véase el apego por tanto como un gran aliado del presente, nada más. Pues sólo situándonos en el valor que cada cosa, circunstancia o persona, se expresa en nosotros una experiencia pasajera, esto es, un ejercicio de necesaria comprensión sobre la pérdida que sentimos para poder seguir el camino. Mientras que al contrario, si interpretamos el desapego como un sentimiento propio, nos convertimos en nuestro propio enemigo, ya que el sentimiento vivido es traducido como si nos perteneciera, y en ese caso puede ser nuestro mayor encierro, situándonos en una experiencia fantasmal que navegaba entre el pasado y un futuro imaginario. En otras palabras, dejamos de ser para convertirnos, mientras dura la ceguera, en apatía e infelicidad. Una de nuestras grandes lacras sociales.
Por supuesto, nadie está exento de una mochila de recuerdos y experiencias, de ilusiones y objetivos, y responder a cada uno de esos elementos es sin duda el trabajo particular de cada uno de nosotros. El desapego diario parte de la oportunidad que nos es dada para observar el gran valor que eso tiene, pues es el gran ejercicio de la consciencia y la gran experiencia del Alma. Agradezcamos pues esta naturaleza, pues somos el resultado de nuestra experiencia y el futuro sólo depende del pasado que somos ahora. La realidad de nuestro día a día no entiende de tiempo y el apego es sólo parte del juego de la vida, no algo que nos pertenezca.
Marc Carmona. Maestro de Reiki
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